Erase una vez un hombre que sentía que
siempre tenía muy mala suerte. Los años pasaban y aunque se esforzaba mucho,
todo era en vano, seguía teniendo mala suerte. Así fueron pasando los años,
hasta que un día pensó que su situación debía de cambiar. Llego a la conclusión
de que necesitaba ayuda y quién mejor que el Dios de la suerte para dársela.
Así que decidió ir a verle para pedirle que le ayudara. Metió todo lo necesario
para el viaje en un hatillo y se puso en marcha, caminó y caminó durante mucho
tiempo.
Al cabo de unos días,
llegó al bosque y abriéndose paso entre la maleza, de repente escuchó una voz
estridente. Asombrado buscó el origen de esa voz, y se encontró con un lobo
¡cómo estaba el pobre animalito! Se le podían contar las costillas y hasta el
pelo se le caía a mechones, daba auténtica pena verlo. ¿Qué te pasa lobo? Estoy
mal, de un tiempo a esta parte todo me va mal. No tienes más que observar mi
aspecto... ¡No! No me cuentes nada más porque yo también tengo mala suerte. Por
eso voy a ver al Dios de la suerte para pedirle que me la cambie. Por favor, le
rogó el lobo, pídele también consejo para mí. Muy bien, no te preocupes que yo
se lo pediré. Hasta pronto.
Caminó, caminó y caminó
durante mucho tiempo. Al fin llegó a la sabana. Hacía mucho calor. El sol
quemaba y la sabana parecía no tener fin, suplicante exclamó para sí, ¡Ay, que
no daría yo por un poco de sombra! Nada más terminó de desearlo, vio a lo lejos
un maravilloso árbol frondoso, cuya sombra invitaba a reposar, llegó hasta él y
se recostó a descansar apoyándose en su tronco. Al cerrar los ojos, oyó una voz
como un lamento que no paraba de sollozar. El hombre se sobresaltó, se incorporó,
pero no pudo ver a nadie quejándose cerca de él, así que se recostó de nuevo,
pero volvió a escuchar de nuevo la voz sin saber la procedencia de aquellos
lamentos, intrigadísimo, por fin se le ocurrió preguntar: ¿Eres tú, árbol? Sí,
yo soy. ¿Qué te pasa árbol? No lo sé, de un tiempo a esta parte todo me va mal,
¿no ves mis ramas torcidas y mis hojas marchitas? ¡No sigas! ¡Ya sé de qué me estás hablando! Yo también
tengo mala suerte por eso voy a pedirle al Dios de la suerte que me la cambie.
Por favor, pídele también consejo para mí, le suplicó el árbol. No te
preocupes, lo haré. Y con esta nueva promesa se marchó y siguió su camino y
empezó a adentrarse en unos cerros que había más allá de la sabana. Desde lo
alto de la colina, divisó un maravilloso valle, parecía un paraíso, estaba
lleno de árboles, flores, prados, un riachuelo, pájaros...era un maravilloso
lugar. Bajo hasta el valle y descubrió una casa muy acogedora. Se acercó a ella
y en el porche vio a una mujer muy hermosa que parecía esperarle. Ven viajero,
ven a descansar. El hombre estaba agotado así que aceptó. Pasaron una velada
muy especial, tomaron una sabrosa comida y durante la cena, la mujer le contó
que se sentía triste, ya que, aunque vivía en un hermoso lugar, ella notaba que
le faltaba algo, él le dijo, no sigas, conozco esa sensación, por eso voy a ver
al Dios de la suerte para que me ayude. La mujer le suplicó, dile que te dé
consejo para mí.
A la mañana siguiente el
hombre prosiguió su viaje. Tras caminar mucho y muchísimo tiempo, el hombre
llegó al fin del mundo, de pronto, enfrente suyo, se formó una nube, ésta fue adquiriendo
forma y terminó transformándose en la cara de un hombre.
¿Tú eres el Dios de la
suerte? Sí, yo soy. Tú sabes que las cosas me van mal y he venido para pedirte
que cambies mi suerte. Bien, estoy de acuerdo en hacer eso por ti, pero sólo
con una condición. Tienes que estar muy atento y buscar tú mismo, tu buena
suerte. El hombre muy contento y satisfecho, se despidió de Dios, quería llegar
cuanto antes a su casa para ver si su suerte había cambiado realmente, así que
corrió y corrió y llegó hasta aquel valle. Ya casi estaba pasando de largo la
casa de aquella mujer, cuando ella, que estaba en el porche, lo llamó ¡Eh,
espera, cuéntame lo que ha pasado! He visto a Dios y me ha prometido que me va
a ayudar, sólo me pidió que estuviera atento, ahora tengo que irme, he de
buscar mi buena suerte ¿Y no te ha dado un consejo para mí? A ver...a ver si
recuerdo... ¡Ah! Me dijo que lo que te falta es un hombre, un compañero, ante
estas palabras la cara de la mujer se iluminó y le dijo ¿No quieres ser tú ese
hombre? Me gustaría mucho pero no puedo, tengo que seguir mi camino y buscar mi
buena suerte y corrió y corrió mucho más tiempo, después paso de nuevo por la
sabana y al pasar al lado del árbol, éste le hizo detener ¿Que ha pasado buen
hombre? El hombre volvió a relatar su historia y nada más terminarla quiso
seguir su camino, pero el árbol le detuvo. Y para mí, ¿para mí no te dio ningún
consejo? A ver...me dijo que debajo de tus raíces había un enorme tesoro que te
impide crecer. Lo único que tienes que hacer es sacarlo y todo te irá bien de
nuevo. Verás, le dijo el árbol, yo no puedo desenterrar el tesoro, si tú lo
quieres hacer por mí, te lo podrás llevar y así serás, muy rico, a mí no me
sirve y lo único que yo quiero es que mis raíces crezcan de nuevo en plena
libertad. El hombre impaciente y un poco fastidiado le respondió, me encantaría
ayudarte, pero no puedo, porque he de seguir mi camino y buscar mi buena
suerte, lo siento árbol.
El hombre
precipitadamente, emprendió su marcha y corriendo se alejó de allí, corrió y
corrió durante mucho tiempo. Llegó al bosque, y de pronto oyó aquellos
lastimosos quejidos del lobo. Iba a pasar de largo, pero el pobre animal lo
llamó. El hombre a toda prisa le contó su historia y todo lo que le había
sucedido en su viaje de regreso a casa, el lobo al igual que los demás, también
le preguntó, y para mí ¿para mí no te dio también un consejo? A ver..., me dijo
que para ponerte de nuevo fuerte sólo tenías que hacer una cosa, comerte a la
criatura más tonta de la tierra y que entonces todo te irá bien.
El lobo se levantó y con
sus últimas fuerzas, se abalanzó sobre el hombre y ... ¡lo devoró!
Reflexión:
Qué importante y
necesario sería poder “pararnos” para de esta forma contemplar o ver que es lo
que podemos necesitar, pero vamos por la vida quejándonos continuamente de
nuestra mala suerte y no nos damos cuenta de que la vida nos da multitud de
señales para poder vivir una vida mejor, pero tenemos tan ancladas nuestras
creencias de cómo debe ser nuestra vida, que al final la vida pasa sin que nos
permitamos disfrutarla. Sería bueno “parar” ya que si no lo hacemos nosotros la
vida de un modo u otro lo hará.
Montse
Parejo.
Psico-Oncóloga
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