domingo, 26 de diciembre de 2010

Luz para el camino

Había una vez, hace cientos de años, en una ciudad de Oriente, un hombre que una noche caminaba por las oscuras calles llevando una lámpara de aceite encendida.
La ciudad era muy oscura en las noches sin luna como aquella.
En determinado momento, se encuentra con un amigo. El amigo lo mira y de pronto lo reconoce.
Se da cuenta de que es Guno, el ciego del pueblo. Entonces, le dice: - ¿Qué haces Guno, tú ciego, con una lámpara en la mano? Si tú no ves...
Entonces, el ciego le responde:
Yo no llevo la lámpara para ver mi camino. Yo conozco la oscuridad de las calles de memoria. Llevo la luz
para que otros encuentren su camino cuando me vean a mí...
No solo es importante la luz que me sirve a mí, sino también la que yo uso para que otros puedan también servirse de ella.
Cada uno de nosotros puede alumbrar el camino para uno y para que sea visto por otros, aunque uno aparentemente no lo necesite.
Alumbrar el camino de los otros no es tarea fácil...Muchas veces en vez de alumbrar oscurecemos mucho más el camino de los demás... ¿Cómo? A través del desaliento, la crítica, el egoísmo, el desamor, el odio, el resentimiento...
¡Qué hermoso sería sí todos ilumináramos los caminos de los demás!
 "Si no sabes qué regalar a tus seres queridos en Navidad...regálales tu amor.
Tal vez el mejor adorno de Navidad sea una gran sonrisa".
"Que nunca te falte un sueño por el que luchar, un proyecto que realizar, algo que aprender, un lugar a donde ir, y alguien a quien querer".
Estas frases son una cajita de paz llena de alegría, envuelta con cariño, sellada con una sonrisa y enviadas con un beso.
FELICES FIESTAS
Montse Parejo
Psico-Oncóloga

sábado, 18 de diciembre de 2010

Buscarse un amante

El Dr. Cormillo T comentaba:
“Muchas personas tienen un amante y otras quisieran tenerlo. También están las que no lo tienen y las que lo tenían y lo perdieron. Generalmente, las dos últimas son las que vienen a mi consulta para decirme que están tristes o que tienen distintos síntomas como insomnio, falta de voluntad, pesimismo, crisis de llanto o los más diversos dolores. Me cuentan que sus vidas transcurren de manera monótona y sin expectativas, que trabajan nada más que para subsistir y que no saben en qué ocupar su tiempo libre. En fin, palabras más, palabras menos, están verdaderamente desesperanzadas”.
Antes de contarme esto ya habían visitado otras consultas en las que recibieron un diagnóstico seguro: "Depresión", y la infaltable receta del antidepresivo de moda. Si yo he llegado a conocer a éstas personas es porque no mejoraron y vinieron a verme buscando soluciones a su rosario de dolencias. Después de escucharlas atentamente, les digo que no necesitan un antidepresivo; que lo que realmente necesitan, es un amante. Es increíble ver la expresión de sus ojos cuando reciben mi veredicto. Están las que piensan: "¿Cómo es posible que un profesional se despache alegremente con una sugerencia tan poco científica?" Y también están las que se despiden escandalizadas y no vuelven nunca más. A las que deciden quedarse y no salen espantadas por el consejo, les doy la siguiente definición:

"Amante es lo que nos apasiona. Lo que ocupa nuestro pensamiento antes de quedarnos dormidos, y es también quien a veces, no nos deja dormir. Nuestro amante es lo que nos vuelve distraídos frente al entorno. Lo que nos deja saber que la vida tiene motivación y sentido. A veces, a nuestro amante lo encontramos en nuestra pareja, en otros casos solemos hallarlo en la investigación científica, en la literatura, en la música, en la política, en el deporte, en el trabajo cuando es vocacional, en la necesidad de trascender espiritualmente, en la amistad, en la buena mesa, en el estudio, o en el obsesivo placer de un hobby... En fin, es "alguien" o "algo" que nos pone de "novio con la vida" y nos aparta del triste destino de durar.
¿Y qué es durar? Durar es tener miedo de vivir. Es dedicarse a espiar cómo viven los demás, es tomarse la tensión constantemente, deambular por consultorios médicos, tomar pastillas multicolores, alejarse de las gratificaciones, observar con decepción cada nueva arruga que nos devuelve el espejo, cuidarnos del frío, del calor, de la humedad, del sol y de la lluvia. Durar es postergar la posibilidad de disfrutar hoy, esgrimiendo el incierto y frágil razonamiento de que quizás podamos hacerlo mañana. Termino este relato con una sugerencia, en realidad, es una súplica: "Por favor, no se empeñen en durar, búsquense un amante, sean ustedes también un amante y un protagonista.... de la vida".
Montse Parejo
Psico-Oncóloga

sábado, 11 de diciembre de 2010

La visita de tu vida

Había una vez un hombre que estaba haciendo una gira turística por Europa. Al llegar al Reino Unido, compró una guía de los castillos de las islas. El más llamativo era el que se presentaba como “la visita de tu vida”. Intrigado por la propuesta, el hombre llamó desde su hotel esa misma tarde y acordó un horario de visita. El turista llegó al castillo diez minutos más tarde de la hora pactada. Se presentó ante un hombre con falda de cuadros que lo esperaba y que le dio la bienvenida. Le explicó un poco de la historia del castillo y le mencionó algunas cosas sobre las que debía prestar especial atención durante la visita. Dicho esto, le dio una cuchara y le pidió que la sostuviera.
   -   Nosotros no cobramos un derecho de visita. Cada visitante lleva una cuchara como ésta llena hasta el borde de arena fina. Aquí  caben exactamente 100 gramos. Después de recorrer el castillo pesamos la arena que ha quedado en la cuchara y le cobramos una libra por cada gramo que haya perdido….-explicó.
   -   ¿Y si no pierdo ni un gramo?
   -   Ah, mi querido señor, entonces su visita al castillo será gratuita.
Entre divertido y sorprendido, el hombre comenzó su viaje. Confiando en su pulso, subió las escaleras muy despacio y con la vista fija en la cuchara. Prefirió no entrar a la sala de armaduras porque le pareció que el viento haría volar la arena. Al pasar junto al salón que exhibía las máquinas de guerra, debajo de la escalera, se dio cuenta de que para verlas con detenimiento era necesario inclinarse forzadamente sosteniéndose de la barandilla, lo que implicaba la certeza de derramar algo del contenido de su cuchara, así que las miró desde lejos. Otro tanto le pasó con la escalera que conducía a las mazmorras. Por el pasillo de regreso al punto de partida, caminó contento hacia el hombre de la falda escocesa, que lo aguardaba con una balanza. Vació el contenido de su cuchara y esperó el dictamen.
-          Asombroso, ha perdido menos de medio gramo: lo felicito, esta visita le ha salido gratis. ¿Ha disfrutado de la visita?
El turista dudó pero decidió ser sincero.
-          La verdad es que no mucho. Estaba tan ocupado tratando de cuidar de la arena que no tuve oportunidad de mirar el castillo.
-          ¡Qué barbaridad! Mire, haré una excepción. Le voy a llenar otra vez la cuchara pero ahora olvídese de cuánto derrama, faltan doce minutos para que llegue el próximo visitante. Vaya y regrese antes de que él llegue.
El hombre  tomó la cuchara y corrió hacia el altillo: al llegar allí dio una mirada rápida a los que había y bajo más que corriendo a las mazmorras llenando las escaleras de arena. Al inclinarse para pasar un pasaje se le cayó la cuchara y derramó todo el contenido. Corrió hasta el hombre de la entrada, a quien le entregó la cuchara vacía.
-          Bueno, esta vez sin arena, pero no se preocupe, tenemos un trato ¿Disfrutó la visita?
Otra vez el visitante dudó unos segundos.
-          La verdad es que no- contestó al fin-. Estuve tan ocupado en llegar antes que el otro, que perdí toda la arena y no disfruté nada.
El hombre de la falda le dijo:
-          Hay quienes recorren el castillo de su vida tratando de que no les cuesta nada, y no lo pueden disfrutar. Hay otros tan apresurados en llegar pronto, que lo pierden todo sin disfrutarlo. Unos pocos aprenden esta lección y se toman su tiempo para cada recorrido. Descubren y disfrutan cada rincón, cada paso. Saben que no será gratuito, pero entienden que los costes de vivir valen la pena.

Reflexión:
Estamos tan acostumbrados a pasar por alto los pequeños detalles, los goces cotidianos, que nos cuesta apreciar la vida en su plenitud. Pero todos podemos recuperar esa pasión: sólo hay que aprender a mirar de otra manera.
La vida no es más que una sucesión ininterrumpida de momentos, situaciones que se dan ahora, aquí, en el presente. Pero la mayoría de nuestros momentos son, en realidad, pequeños y cotidianos: levantarse por la mañana, ir al trabajo, comer, beber, abrigarnos cuando hace frío, hablar con nuestros hermanos, quedar con los amigos…
Para muchos de nosotros, esos días cargados de pequeños momentos, de detalles cotidianos, pasan sin darnos cuenta.
Frente a la amenaza de perder las pequeñas cosas, quienes conocen la provisionalidad de la vida convierten los hechos cotidianos en acontecimientos extraordinarios. Y gracias a esta experiencia, muchas de esas personas aprenden a disfrutar de las cosas cotidianas en toda su plenitud. Una vez recuperados, su vida cambia para siempre. Se levantan por la mañana, abren las ventanas y empiezan su día maravillándose por el único hecho de estar vivos.
Montse Parejo
Psico-Oncóloga

lunes, 6 de diciembre de 2010

Solo con el tiempo

Con el tiempo...te das cuenta que casarse solo porque "ya me urge" es una clara advertencia de que tu matrimonio será un fracaso.
Con el tiempo comprendes que solo quien es capaz de amarte con tus defectos, sin pretender cambiarte, puede brindarte toda la felicidad que deseas.
Con el tiempo te das cuenta de que si estas al lado de esa persona solo por acompañar tu soledad, irremediablemente acabaras no deseando volver a verla.
Con el tiempo te das cuenta de que los amigos verdaderos valen mucho más que cualquier cantidad de dinero.
Con el tiempo entiendes que los verdaderos amigos son contados, y que el que no lucha por ellos tarde o temprano se verá rodeado solo de amistades falsas.
Con el tiempo aprendes que las palabras dichas en un momento de ira pueden seguir lastimando a quien heriste, durante toda la vida.
Con el tiempo aprendes que disculpar cualquiera lo hace, pero perdonar es solo de almas grandes...
Con el tiempo comprendes que si has herido a un amigo duramente, muy probablemente la amistad jamás volverá ser igual.
Con el tiempo te das cuenta que aunque seas feliz con tus amigos, algún día lloraras por aquellos que dejaste ir.
Con el tiempo te das cuenta de que cada experiencia vivida con cada persona, es irrepetible.
Con el tiempo te das cuenta de que el que humilla o desprecia a un ser humano tarde o temprano sufrirá las mismas humillaciones o desprecios multiplicados al cuadrado.
Con el tiempo aprendes a construir todos tus caminos en el hoy, porque el terreno del mañana, es demasiado incierto para hacer planes.
Con el tiempo comprendes que apresurar las cosas o forzarlas a que pasen ocasionará que al final no sean como esperabas.
Con el tiempo te das cuenta de que en realidad lo mejor no era el futuro, sino el momento que estabas viviendo justo en ese instante.
Con el tiempo verás que aunque seas feliz con los que están a tu lado, añorarás terriblemente a los que ayer estaban contigo y ahora se han marchado.
Con el tiempo aprenderás que intentar perdonar o pedir perdón, decir que amas, decir que extrañas, decir que necesitas, decir que quieres ser amigo.... ante una tumba..., ya no tiene ningún sentido...
Pero desafortunadamente....SOLO CON EL TIEMPO....

Reflexión:
Mientras estés vivo, siéntete vivo, no vivas de fotos amarillas, sigue aunque todos esperen que abandones. Haz que en vez de lástima, te tengan respeto. Cuando por los años o por una enfermedad no puedas correr, trota. Cuando no puedas trotar, camina. Cuando no puedas caminar, usa el bastón. Pero nunca te detengas.  
"EL HOMBRE SE HACE VIEJO MUY PRONTO Y SABIO MUY TARDE" JUSTAMENTE CUANDO YA NO HAY TIEMPO.....
Montse Parejo 
    Psico-Oncóloga

miércoles, 1 de diciembre de 2010

La lección de los adoquines

Caminaba yo en mi paseo por una calle ligeramente en cuesta, bien adoquinada con sólido pavimento firme en su suelo aunque irregular en la pisada.
Bajando en dirección opuesta a mí, venía una mamá con su bebé en el coche de niños que daba tumbos sobre los adoquines, con lo que el bebé lloraba a gritos y su mamá se quejaba en su nombre: "Los adoquines son malos y le sacuden a mi niño. ¡Malos, malos! Ya verás cómo los castigamos cuando nos escapemos de ellos". Y empujaba el cochecito dando traspiés con su mal humor y sus brazos rígidos. El niño seguía llorando.
Seguí andando, y otra mamá con otro bebé en su coche bajaba por la misma cuesta dando los mismos tumbos sobre el mismo irregular pavimento. Pero la mamá le cantaba al niño con alegre ritmo, y el bebé iba pegando saltos en el cochecito, riendo y cantando a tono con los tumbos: "Bumpati bum, bumpati bum...", y su mamá reía con él y los dos disfrutaban.
Pensé para mis adentros. Los adoquines son los mismos, y un bebé llora y el otro canta al pasar por ellos.
Las cosas son las mismas, y unos las toman bien y otros mal. Una mamá canta, y la otra protesta. ES LO QUE HACEMOS EN LA VIDA.

Reflexión:
Tal como dice Antoine de Saint-Exupéry, el autor de “El principito”, “El hombre solamente se descubre a sí mismo cuando se mide contra un obstáculo”.
Nuestra naturaleza como seres humanos hace que solo nos movamos cuando es necesario. Mientras todo va bien, disfrutamos de la tranquilidad de nuestras vidas. Pero no debemos olvidar que estos periodos son de descanso. Ya que cuando, indefectiblemente, aparece una crisis, debemos movernos, avanzar y aprender. La lección está ahí; es nuestra oportunidad para hacer uso de ella.
Así, cuando aprovechamos la crisis para reflexionar, hacemos como el viejo burro al que intentaron enterrar vivo en un pozo. Según cuenta un antiguo relato hebreo, un día el burro de un campesino se cayó en un pozo, al no poderlo sacar, intentaron enterrarlo; el animal, en lugar de permitir que las paladas de tierra lo sepultaran poco a poco, se movía de tal forma que la tierra que le tiraban se iba depositando bajo sus patas. Al final, el nivel del suelo había subido tanto que había cubierto el pozo, por lo que el burro pudo salir de un brinco, feliz y resuelto.
¿Qué hubiera sido del animal si, en vez de afrontar el problema, hubiera permanecido inmóvil sintiéndose maltratado injustamente?
Cuando estamos en el interior del pozo, pensamos que nunca volveremos a ver la luz. Pero la luz siempre está fuera, esperándonos. La vida va a echarte tierra, todo tipo de tierra...El truco para salirse del pozo es sacudírtela y dar un paso hacia arriba. Cada uno de nuestros problemas es un escalón hacia arriba. Si buscamos, siempre encontraremos la manera de salir adelante.
Es muy importante recordar que:
“No es posible asegurar el futuro. Sólo es posible perder el presente”.
Aunque suene a conocido, es verdad que nada dura eternamente en esta vida, ni lo bueno ni lo malo. La vida no se detiene, y las crisis abruptas nos lo demuestran, pues, ante nosotros, aparecen nuevas opciones. Siempre que acaba un cuento, puede empezar otro. Nadie nos garantizará que el siguiente será mejor que el anterior, pero seguro que será diferente, nos enseñará cosas nuevas y nos permitirá experimentar vivencias distintas. Además, y sin lugar a dudas, nos habremos hecho personas más sabias. Por eso “no importa lo que nos suceda sino como reaccionemos”.
“Todo el mundo quiere vivir en la cima de la montaña, sin saber que la verdadera felicidad está en la forma de subir la escarpada”.
“La vida no será la fiesta que todos deseamos, pero mientras estemos aquí, debemos bailar”.
Montse Parejo
Psico-Oncóloga

viernes, 26 de noviembre de 2010

El oso del zar

Me gustaría compartir con ustedes este hermoso relato de Jorge Bucay que suelo usar para hablar de la esperanza, y el relato dice así:

Ésta es la historia de un sastre, un zar y un oso. Un día, el zar descubrió que uno de los botones de su chaqueta preferida se había caído. El zar era caprichoso, autoritario y cruel. Así que, furioso por la ausencia del botón, mandó a buscar al sastre y ordenó que a la mañana siguiente fuera decapitado. Nadie contradecía al emperador de todas las Rusias, así que la guardia fue hasta la casa del sastre y, arrancándolo de entre los brazos de su familia, lo llevó a la mazmorra para que esperara allí su muerte. Al atardecer, cuando el carcelero le llevó la última cena, el sastre meneó la cabeza y musitó: “Pobre zar”.
-          ¿Pobre zar? Pobre de ti- dijo el guardia.
-          Tú no me entiendes- dijo el sastre- ¿Qué es lo más importante para nuestro zar?
-          ¿Lo más importante? No lo sé. Su pueblo.
-          Digo algo realmente importante para él.
-          ¡Ya lo sé! ¡Su oso!
-          Eso. Su oso. Mañana, cuando el verdugo termine conmigo, el zar perderá su única oportunidad de conseguir que su oso hable.
-          ¿Tú eres entrenador de osos?
-          Un viejo secreto familiar…..-dijo el sastre.
Deseoso de ganarse los favores del zar, el pobre guardia corrió a contarle al soberano su descubrimiento. ¡El sastre sabía enseñar a hablar a los osos! El zar estaba encantado. Mandó a buscar inmediatamente al sastre y, cuando lo tuvo frente a sí, le ordenó:
-          ¡Enséñale a mi oso nuestro lenguaje!
-          Me encantaría complacerle, ilustrísima- contestó es sastre bajando la cabeza-, pero enseñar a hablar a un oso es una tarea ardua y lleva tiempo….Lamentablemente, tiempo es lo que menos tengo.
-          ¿Cuánto tiempo llevará el aprendizaje?
-          Depende de la inteligencia del oso.
-          ¡El oso es muy inteligente!- interrumpió el zar-. De hecho, es el oso más inteligente de todos los osos de Rusia.
-          Bien. Si el oso es inteligente….y siente deseos de aprender….yo creo que el aprendizaje duraría…..no menos de ……¡dos años!
El zar pensó un momento.
-          Bien. Tu pena será suspendida durante dos años mientras entrenes al oso. ¡Mañana empezarás!- ordenó.
-          Alteza- dijo el sastre-. Si me conmuta la pena, yo no tendré tiempo para dedicarme a su oso. Deberé trabajar de sastre para mantener a mi familia.
-          Eso no es problema- dijo el zar-. A partir de hoy, y durante dos años, tú y tu familia estaréis bajo protección real. Seréis vestidos, alimentados y educados con el dinero del zar. Pero eso sí: si dentro de dos años el oso no habla, te arrepentirás de haber pensado esta propuesta…… Entiendes, ¿verdad?
-          Si, alteza.
-          ¡Guardias!- grito el zar-. Que lleven al sastre a su casa en el carruaje de la corte. Dadle dos bolsas de oro, comida y regalos.
Cuando todos en casa lloraban por la pérdida del padre de familia, el sastre apareció en la casa en el carruaje del zar, sonriente, eufórico y con regalos para todos.
La esposa del sastre no cabía en sí de su asombro. Su marido volvía exitoso, acaudalado y exultante. Cuando estuvieron solos, el hombre le contó los hechos.
-          ¡Estás loco!- gritó la mujer-. ¡Enseñar a hablar al oso del zar! Tú, que ni siquiera has visto un oso de cerca. Estás loco.
-          Calma, mujer, calma. Mira, me iban a cortar la cabeza mañana, y ahora tengo dos años. En dos años pueden pasar tantas cosas….En dos años, se puede morir el zar….Me puedo morir yo…..Y lo más importante: ¡a lo mejor el oso habla!
 Jorge Bucay

Reflexión:

La Esperanza es la que sositene y da fortaleza al pensar que se puede estar mejor y se puede promover el deseo de que todo este dolor tenga algún sentido, además permite poder sentir que la vida aún espera algo importante y trascendente de cada uno de nosotros. Buscar y encontrar una misión que cumplir es un gran estímulo que alimenta la esperanza.
No debemos olvidar que nadie conoce el porvenir ni puede adivinar el futuro y por ello nunca sabemos a ciencia cierta adónde conducen los caminos que elegimos. Nos guste o no, vivimos en la incertidumbre, nada es certero. Olvidamos esta verdad a menudo, pues nos pone bastante nerviosos darnos cuenta de que no tenemos el control.
Si nos centramos en qué es lo que sucederá, que será lo mejor, nos quedaremos paralizados, mientras nuestras opciones irán, disminuyendo. Si no toleramos la incertidumbre, la libertad se convierte en una prisión.
Lo que importa no es que tengamos problemas, sino cómo los afrontamos cuando se presentan esos retos inesperados y no deseados.
Por eso, vive todo lo que puedas; no hacerlo es una equivocación, es muy raro que te lamentes o arrepientas por algo que has hecho. Es lo que no has hecho lo que te atormentará. O sea, que el mensaje es muy claro. ¡Hazlo! ¡Haz cosas! Valora el momento presente. Aférrate a cada momento de tu vida y saboréalo.
Montse Parejo
Psico-Oncóloga

jueves, 18 de noviembre de 2010

La casa imperfecta

Un maestro de construcción ya entrado en años estaba listo para retirarse a disfrutar su pensión de jubilación. Le contó a su jefe acerca de sus planes de dejar el trabajo para llevar una vida más placentera con su esposa y su familia. Iba a extrañar su salario mensual, pero necesitaba retirarse; ya se las arreglarían de alguna manera.
El jefe se dio cuenta de que era inevitable que su buen empleado dejara la compañía y le pidió, como favor personal, que hiciera el último esfuerzo: construir una casa más. El hombre accedió y comenzó su trabajo, pero se veía a las claras que no estaba poniendo el corazón en lo que hacía. Utilizaba materiales de inferior calidad, y su trabajo, lo mismo que el de sus ayudantes, era deficiente. Era una infortunada manera de poner punto final a su carrera.
Cuando el albañil terminó el trabajo, el jefe fue a inspeccionar la casa y le extendió las llaves de la puerta principal. - "Esta es tu casa, querido amigo -dijo-. Es un regalo para ti".
Si el albañil hubiera sabido que estaba construyendo su propia casa, seguramente la hubiera hecho totalmente diferente. ¡Ahora tendría que vivir en la casa imperfecta que había construido!

Reflexión:
Construimos nuestras vidas de manera distraída, reaccionando cuando deberíamos actuar, y sin poner en esa actuación lo mejor de nosotros. Muchas veces, ni siquiera hacemos nuestro mejor esfuerzo en el trabajo. Entonces de repente vemos la situación que hemos creado y descubrimos que estamos viviendo en la casa que hemos construido. Si lo hubiéramos sabido antes, la habríamos hecho diferente.
La conclusión es que debemos pensar como si estuviésemos construyendo nuestra casa. Cada día clavamos un clavo, levantamos una pared o edificamos un techo. Construir con sabiduría es la única regla que podemos reforzar en nuestra existencia. Inclusive si la vivimos sólo por un día, ese día merece ser vivido con gracia y dignidad.
La vida es como un proyecto de hágalo-usted-mismo. Su vida, ahora, es el resultado de sus actitudes y elecciones del pasado. ¡Su vida de mañana será el resultado de sus actitudes y elecciones de hoy!
Es imposible atravesar la vida…sin que un trabajo salga mal hecho.
Sin que una amistad cause decepción. Sin padecer algún quebranto de salud. Sin que nadie de la familia fallezca. Sin que un amor nos abandone. Sin equivocarse en un negocio. Ese es el COSTO DE VIVIR.
Sin embargo, lo importante no es lo que Suceda, sino como reaccionamos ante la Situación.
Montse Parejo
Psico-Oncóloga

sábado, 13 de noviembre de 2010

El león que tenía sed

Cuántas veces en la vida quieres y necesitas cambiar en algunos aspectos tuyos y no accionas nada, quedándote cavilando, analizando, evaluando, una y mil veces, sin hacer lo que tienes que hacer. ¿Por qué?
En primera instancia porque necesitas “tener la seguridad” de que todo va a salir bien o como lo habías programado, y no quieres correr riesgos, vas en busca de la seguridad sobre todo, y como seguro no hay nada, salvo la propia vida, y esto es relativo, evitas hacer lo que quieres hacer. Y por supuesto, te informo que la emoción que paraliza cualquier cambio es el MIEDO.
De todas las emociones que amargan a las personas - y son muchas-, la gran familia que forman la angustia, la timidez, la inquietud, el terror, la vulnerabilidad…., es la que más me ha preocupado, y la experiencia me dice que no es una rareza mía. Hobbes el gran filósofo inglés, escribió una frase terrible, que podríamos asumir todos: “El día que yo nací, mi madre parió dos gemelos: yo y mi miedo”.
Sabemos que la mayor parte de los miedos se aprenden. Y también pueden desaprenderse. El miedo es la emoción provocada por la presencia de un peligro y nos sirve para ponernos a salvo. Se convierte en un problema cuando lo sentimos aunque no haya peligro real o cuando dura demasiado tiempo o es muy intenso. A veces nos atenaza un miedo sin que haya una amenaza real. Es una ansiedad que no sabemos explicar, que nos “encoge el estómago”, la angustia. Quién la sufre se siente asustado continuamente, como si esperara un mal que no sabe precisar. Junto con la depresión- con la que está estrechamente relacionada-, es el malestar que lleva a más gente a las consultas médicas o psicológicas. Ambas son experiencias demoledoras.
La metáfora del león que tenía sed nos puede ayudar a valorar la importancia de la experiencia para superar nuestros temores.
En una ocasión, un león se aproximó hasta un lago de aguas espejadas y cristalinas para calmar su sed. Al acercarse a las mismas vio su rostro reflejado en ellas y pensó:” ¡Vaya, este lago debe ser de este león. Tengo que tener mucho cuidado con él!” Atemorizado se retiró de las aguas, pero tenía tanta sed que regresó a las mismas. Allí estaba otra vez “el león”. ¿Qué hacer? La sed lo devoraba y no había otro lago cercano. Retrocedió, volvió a intentarlo y, al ver al “león”, abrió las fauces amenazadoras pero, al comprobar que el otro “león” hacía lo mismo, sintió terror. Salió corriendo, pero ¡era tanta la sed! Varias veces lo intentó de nuevo y siempre huía espantado. Pero como la sed era cada vez más intensa, tomó finalmente la decisión de beber el agua del lago sucediera lo que sucediera. Así lo hizo. Y, al meter la cabeza en las aguas, ¡el león desapareció!”

Reflexión:
Si el león no hubiera tomado esta decisión seguiría con su miedo e, incluso, se hubiera acrecentado y le hubiera creado un grave problema: hubiera muerto de sed. Lo que hizo que el miedo desapareciera fue exponerse a aquello que temía y lo hizo porque beber era importante para él. Cuando nos exponemos descubrimos a menudo “que no era para tanto”.
Hay personas que pueden decir que nunca han sentido o experimentado la envidia, celos o agresividad, pero no hay nadie que pueda decir que no ha sentido miedo. La especie humana es la más miedosa de la naturaleza, porque a los miedos reales añade los miedos imaginarios, lo que produce muchas desdichas que podrían evitarse. Desactivar estos miedos creados es primordial si queremos vivir una vida feliz y digna.
Porque la verdad, es que cuando nos quedamos en la queja y el dolor, sin ponernos en funcionamiento para intentar obtener un nuevo resultado  o estado, es como escudarse en los “no puedo”, cuando en realidad si puedes, lo que sucede es que tienes miedo y por ese miedo más de una vez injustificado, no accionas lo que necesitas, es como quedarte con los “noes” de la vida, en vez de buscar los “sies” que te rodean.
Es importante que entiendas que el miedo es una emoción como cualquier otra, sólo que le otorgas una dimensión y un significado, en donde pasa a tener todo el poder sobre cualquier cosa novedosa que quieras realizar hoy. En la medida que aceptes que el miedo es parte del camino que tienes que recorrer para tu crecimiento y mejora, es la posibilidad que te brindas a ti mismo de modificar y cambiar aspectos que hasta hoy impidieron que fueras feliz.
Te propongo aceptar el juego y el desafío de aprender, tengas la edad que tengas, peor no vas a estar y corriendo y atravesando miedos es mejor que quedarse paralizada/o, y como última idea, SI NO ES AHORA, CUÁNDO……
Montse Parejo
Psico-Oncóloga

martes, 9 de noviembre de 2010

El poder del pensamiento

Hay una historia que dicen que es verídica, aparentemente sucedió en algún lugar de África.
Seis mineros trabajaban en un túnel muy profundo extrayendo minerales desde las entrañas de la tierra. De repente un derrumbe los dejó aislados del exterior sellando la salida del túnel. En silencio cada uno miró a los demás. De un vistazo calcularon su situación. Con su experiencia, se dieron cuenta rápidamente de que el gran problema sería el oxígeno. Si hacían todo bien, les quedaban unas tres horas de aire, cuando mucho tres horas y media.
Mucha gente de afuera sabría que ellos estaban allí atrapados, pero un derrumbe como éste significaría horadar otra vez la mina para llegar a buscarlos, ¿podrían hacerlo antes de que se terminara el aire?
Los expertos mineros decidieron que debían ahorrar todo el oxígeno que pudieran.
Acordaron hacer el menor desgaste físico posible, apagaron las lámparas que llevaban y se tendieron en silencio en el piso.
Enmudecidos por la situación e inmóviles en la oscuridad era difícil calcular el paso del tiempo. Sólo uno de ellos tenía reloj. Hacia él iban todas las preguntas: ¿Cuánto tiempo pasó? ¿Cuánto falta? ¿Y ahora?
El tiempo se estiraba, cada par de minutos parecía una hora, y la desesperación ante cada respuesta agravaba aun más la tensión. El jefe de los mineros se dio cuenta de que si seguían así la ansiedad los haría respirar más rápidamente y esto los podía matar.
Así que ordenó al que tenía el reloj que solamente él controlara el paso del tiempo. Nadie haría más preguntas, él avisaría a todos cada media hora.
Cumpliendo la orden, el del reloj controlaba su máquina.
Y cuando la primera media hora pasó, él dijo “ha pasado media hora”. Hubo un murmullo entre ellos y una angustia que se sentía en el aire.
El hombre del reloj se dio cuenta de que, a medida que pasaba el tiempo, iba ser cada vez más terrible comunicarles que el minuto final se acercaba. Sin consultar a nadie decidió que ellos no merecían morir sufriendo. Así que la próxima vez que les informó la media hora, habían pasado en realidad 45 minutos.
No habrá manera de notar la diferencia así que nadie siquiera desconfió.
Apoyado en el éxito del engaño la tercera información la dio casi una hora después. Dijo “pasó otra media hora”…Y los cinco creyeron que habían pasado encerrados, en total, una hora y media, y todos pensaron en cuán largo se les hacía el tiempo.
Así siguió el del reloj, a cada hora completa les informaba que había pasado media hora.
La cuadrilla apuraba la tarea de rescate, sabían en qué cámara estaban atrapados, y que sería difícil poder llegar antes de cuatro horas.
Llegaron a las cuatro horas y media. Lo más probable era encontrar a los seis mineros muertos. Encontraron vivos a cinco de ellos.
Solamente uno había muerto de asfixia…el que tenía el reloj.

Reflexión:
Quizás fuese porque era el único que sabía el tiempo real que había trascurrido desde que quedaron atrapados.
Hemos de tener en cuenta que comportamientos, sentimientos y actitudes son generados a partir del pensamiento. Debemos darnos cuenta de que nuestros pensamientos determinan nuestro carácter, ya que lo que nos decimos a nosotros mismos marca nuestras actuaciones. Cambiar tu manera de pensar, o de sentir, o de vivir es posible, pero nunca es fácil.
Esta es la fuerza que tienen las creencias en nuestras vidas. Cuando creemos y confiamos en que de alguna forma se puede seguir adelante, nuestras posibilidades de avanzar se multiplican.
Desgraciadamente sufrir es inevitable. Y ante lo inevitable, sólo existe una actitud razonable, aceptarlo y prepararse de forma inteligente para afrontarlo.
Hace un tiempo leí el siguiente párrafo: “¿Cuánto tiempo puede un hombre vivir sin oro? ¿Cuánto sin aire? Sin embargo, valoramos lo primero por encima de lo segundo”. Si estuviéramos unos minutos sin aire y nos ofrecieran todo el oro del mundo y un poquito de oxígeno, ¿qué creéis que escogeríamos? Precisamente el problema radica en esto, en que aprendemos a valorar las pequeñas cosas cuando nos faltan o cuando ya han pasado. Pero la buena noticia es que si aprendemos a valorar lo que tenemos, podremos disfrutar más de la vida.
Frente a la enfermedad, las personas afectadas suelen adoptar dos actitudes básicas: convertirse en un enfermo o, en cambio, ser una persona que tiene una enfermedad. La segunda opción, aceptar que somos alguien con una enfermedad, permite a la persona mantener intacta su integridad. Se siente responsable de su vida, se involucra en el cuidado de sí misma y mantiene el papel de protagonista de su propia vida. Superar una enfermedad no es luchar en contra sino a favor, es adaptarse a la nueva situación y reencontrar el equilibrio entre uno mismo y su entorno.
Esta situación nos enseña a soltar el lastre de los hechos pasados para, en lugar de “preocuparnos” por el futuro, ocuparnos del momento presente con todas nuestras energías.
Vivir la enfermedad como un desafío, y no como una amenaza, hace que la persona se mantenga con un espíritu de lucha constante.
Me gustaría terminar este relato compartiendo una cita de Gandhi que dice así:
Cuida tus pensamientos porque se volverán palabras.
Cuida tus palabras porque se volverán actos.
Cuida tus actos porque se harán costumbre.
Cuida tus costumbres porque forjarán tu carácter.
Cuida tu carácter porque formará tu destino,
y tu destino será tu VIDA.
Recuerda que "La vida, más que pensarla, hay que vivirla".
Montse Parejo
Psico-Oncóloga

domingo, 7 de noviembre de 2010

Las ranitas en la nata

El uso del cuento dentro de la psicoterapia se está empezando a usar como un apoyo amable y muy maleable para acercar información y contenidos psicológicos al paciente, su familia en forma de vivencias en las cuales pueden verse reflejado sin sentirse intimidado.

Me gustaría compartir con ustedes este relato de Jorge Bucay "Las ranitas en la nata". Fue el primer relato que expuse en el hospital de día de Onco-Hematología del Hospital en el que trabajo hace ya unos años y el relato comienza así:

Había una vez dos ranas que cayeron en  un recipiente de nata.

Inmediatamente se dieron cuenta de que se hundían: era imposible nadar o flotar demasiado tiempo en esa masa espesa como arenas movedizas. Al principio, las dos ranas patalearon en la nata para llegar al borde del recipiente. Pero era inútil; sólo conseguían chapotear en el mismo lugar y hundirse. Sentían que cada vez era más difícil salir a la superficie y respirar.
Una de ellas dijo en voz alta: - “No puedo más. Es imposible salir de aquí. En esta materia no se puede nadar. Ya que voy a morir, no veo por qué prolongar este sufrimiento. No entiendo qué sentido tiene morir agotada por un esfuerzo estéril”.
Dicho esto, dejó de patalear y se hundió con rapidez, siendo literalmente tragada por el espeso líquido blanco.
La otra rana, más persistente o quizás más tozuda se dijo: - “¡No hay manera! Nada se puede hacer para avanzar en esta cosa. Sin embargo, aunque se acerque la muerte, prefiero luchar hasta mí último aliento. No quiero morir ni un segundo antes de que llegue mi hora”.
Siguió pataleando y chapoteando siempre en el mismo lugar, sin avanzar ni un centímetro, durante horas y horas.
Y de pronto, de tanto patalear y batir las ancas, agitar y patalear, la nata se convirtió en mantequilla.
Sorprendida, la rana dio un salto y, patinando, llegó hasta el borde del recipiente. Desde allí, pudo regresar a casa croando alegremente.

Durante muchos meses a través de un cuestionario de satisfacción, estuve recogiendo los comentarios de pacientes y familiares respecto a que suponía para ellos la lectura de estos relatos. He elegido uno de ellos, se trata de un chico joven de 31 años y su comentario fue: "Tengo que decir que el cuento de la ranita en la nata, he tenido la suerte de leerlo cuando comenzaba con la quimioterapia y creo en mí una actitud positiva que aún conservo. Es más, tal eran mis comentarios al respecto, que mis amigos me regalaron una rana de plástico "claro" a la que tengo mucho aprecio". 
Las metáforas y los cuentos han constituido siempre un importante instrumento dentro de la psicología infantil, como dice Bucay (2008) “LOS CUENTOS NOS SIRVEN PARA DORMIR A LOS NIÑOS PERO TAMBIÉN PARA DESPERTAR A LOS ADULTOS".
Montse Parejo
Psico-Oncóloga

viernes, 5 de noviembre de 2010

La gran trampa de la depresión: Esperar a estar bien

Sentir pena, tristeza o estar decaídos puede ser normal. En ocasiones, aparte de las situaciones de estrés sostenido, hay sucesos de la vida (una enfermedad, pérdidas de seres queridos, de trabajo o de cosas a las que nos apegamos) que nos golpean, nos conmocionan y nos producen dolor y sufrimiento. Es normal y puede ser adaptativo porque es una señal para obtener apoyo y consuelo.
La pena y la tristeza también pueden enredarnos si persisten, de apartarnos de la vida y apartar a los demás de nuestra vida. Ello ocurre cuando nos quejamos en exceso, permanecemos pasivos y esperamos a estar bien para normalizar nuestra vida. El caso de Conchita nos puede ayudar a comprender bien este fenómeno.
A Conchita, que lleva una temporada mal, triste y abrumada por sus problemas, le llama una amiga proponiéndole ir al cine, como tantas veces. Esta es la respuesta de Conchita: “mira es que me encuentro fatal, no puedo salir porque no estoy con ánimo, hasta que no me encuentre bien no cuentes conmigo. Me tendría que arreglar y eso me resulta imposible con el ánimo que tengo. No disfrutaré de la película y tendré que contar como estoy. No, decididamente, no puedo”.

Reflexión:
¿Acaso Conchita no puede salir o no puede arreglarse porque no está de ánimo? ¿Podemos hacer cosas aunque no nos apetezca si decidimos hacerlas? El bajo estado de ánimo no es la causa de que no salga. La única causa que pudiera impedirla salir sería estar maniatada y encerrada en casa o postrada en una cama sin poder moverse. Hay personas que tienen un estado de ánimo bajo y, sin embargo, deciden salir aunque no les apetezca. Y basta que hayan tomado esta decisión para que su estado de ánimo comience a mejorar. Esta es la gran trampa: esperar a estar bien para hacer cosas y no comenzar a hacer cosas para estar bien.
Esta trampa nos puede llevar a aislarnos, a enredarnos, a centrarnos en nosotros mismos y permitir que la tristeza se amplifique e invada todas las áreas de nuestra vida. La queja reiterada puede alimentar el bajo estado de ánimo (también estamos tristes porque lloramos). No se trata de cambiar primero nuestra forma de pensar o nuestro estado de ánimo, sino de seguir conectados a la vida a pesar, precisamente, de estar mal. Es crear las condiciones para estar bien, aunque no tenga ganas de hacerlo.
La pasividad de Conchita puede ayudarnos a recordar que nosotros podemos ser parte del problema o parte de la solución.
Podemos decidir salir y hacer cosas a pesar de sentirnos mal o, por el contrario, podemos decidir no hacerlas y quedarnos en casa rumiando nuestra tristeza. No resulta fácil pasar a la acción cuando nos invade la tristeza y el desánimo. Tomar la decisión de hacer cosas cuesta mucho pero no resulta imposible tomarla. Hay personas que lo hacen y descubren que es la vía para estar mejor.
La trampa de la vida esta en postergar la posibilidad de disfrutar hoy, esgrimiendo el incierto y frágil razonamiento de que quizás podamos hacerlo mañana.                                                           
Miguel Costa
                       
Me gustaría terminar con una reflexión:

"Piensen que lo trágico no es morir, al fin y al cabo la muerte tiene buena memoria y nunca se olvidó de nadie. Lo trágico, es no animarse a vivir”.
Como me dijo hace muy poco una amiga, tenemos dos posibilidades:
“Vivir, viviendo” o “Vivir muriendo” ¿Cuál eliges tú?

El valor de la vida

Un hombre de 78 años, bajo de estatura, muy bien vestido, quien cuidaba mucho de su apariencia, se está mudando hoy, a una residencia de ancianos.
Su esposa de 64 años murió recientemente y él se vio obligado a dejar su hogar. Después de esperar varias horas en la recepción, gentilmente sonríe cuando le dicen que su cuarto está listo.
Conforme camina lentamente al ascensor, usando su bastón, yo le voy describiendo su cuarto, incluyendo la hoja de papel que sirve como cortina en la ventana “Me gusta mucho”, dijo con el entusiasmo de un niño de 8 años que ha recibido una nueva mascota.
-  Señor, usted no ha visto su cuarto, espere un momento, ya casi llegamos.
- “Eso no tiene nada que ver”, contesta.
-  “La felicidad yo la elijo por adelantado. Si me gusta o no el cuarto no depende del mobiliario o la decoración, sino de cómo yo decido verlo”.
-  “Ya está decidido en mi mente, que me gusta mi cuarto. Es una decisión que tomo cada mañana cuando me levanto”.
“Yo puedo escoger: Puedo pasar mi día en la cama enumerando todas las dificultades que tengo con las partes de mi cuerpo que no funcionan bien, o puedo levantarme y dar gracias a Dios por aquellas partes que todavía trabajan bien”.
“Cada día es un regalo, y  mientras yo pueda abrir mis ojos, me enfocaré en el nuevo día y en todos los recuerdos felices que he construido durante mi vida”.
“El valor de las cosas no está en el tiempo que duran, sino en la intensidad con que suceden. Por eso existen momentos inolvidables, cosas inexplicables y personas incomparables”.

Reflexión:
Argumentos para el pesimismo, el cinismo o la resignación han sido, son y serán siempre abundantes. Pero ¿qué nos quedaría entonces si decidiéramos vivir desde la apatía o desde el cinismo? Nada, probablemente, nada más que el mal humor, la tristeza, la angustia o la depresión.
Hoy sabemos que la buena parte de las depresiones que afectan al ser humano están causadas no tanto por lo que nos ocurre, sino por lo que nos decimos un día tras otro, en nuestro monólogo interior. Si nuestros pensamientos están cargados de pesimismo, desesperanza, si no dejamos de criticarnos continuamente, a nosotros mismos y a los demás, si sólo vemos los defectos, las carencias o los errores y nos vestimos de víctimas, nos sentiremos inevitablemente desgraciados.
Las actitudes que tomamos en cada instante condicionan y crean nuestro futuro, y son una herramienta poderosísima de la que a menudo no somos conscientes, ya que en las actitudes que adoptemos reside el signo y el significado final que tendrá nuestra vida.
“Cuando mi sufrimiento se incrementó, pronto me di cuenta de que había dos maneras con las que podía responder a la situación: reaccionar con amargura o transformar el sufrimiento en una fuerza creativa”. Cita de Martín Luther King.
Montse Parejo
Psico-Oncóloga

Algunas claves para amargarnos menos la vida

Hay personas que se amargan la vida con suma facilidad cuando, una y otra vez, se plantean “¿Y si hubiera hecho esto o aquello, esto no hubiera ocurrido?”, porque los acontecimientos actuales no resultan de su agrado y se lamentan de no haber actuado de otra manera o, mirando al futuro, se preguntan “¿Y si actúo de esta manera y luego me arrepiento?”. Se enredan con los “¿Y si...?” llegando a paralizarse y a atormentarse. El cuento del sabio ermitaño resulta muy aleccionador al respecto:
“Había una vez un ermitaño sabio al que la gente del lugar acudía a contarle sus problemas y a pedirle consejo. Un hombre del pueblo tenía una yegua; un día se le escapó y fue llorando al ermitaño a contarle lo que le había pasado:
– ¡Mira qué desgracia me ha ocurrido, mi yegua se ha escapado!
– ¿Y eso es bueno o malo? –respondió el sabio.
El hombre de la yegua no entendía nada y pensó: “este sabio es un poco raro; pues claro que es malo, qué pregunta más absurda”. Al cabo de las pocas semanas la yegua apareció. Y lo hizo acompañada de un robusto semental salvaje de pura sangre y además se encontraba preñada. El dueño de la yegua se puso muy contento, ahora tenía tres caballos en vez de uno, así que fue corriendo a contarle sus alegrías al ermitaño:
– ¿Te acuerdas de mi yegua? ¡Pues ha regresado! Y además está preñada y ha vuelto en compañía de un caballo formidable.
– ¿Y eso es bueno o malo?– volvió a responder el sabio.
Ahora sí que el hombre de la yegua no entendía nada de nada, estaba empezando a pensar que el ermitaño no era tan sabio como la gente pensaba. Estaba claro que era una noticia estupenda y así se lo hizo saber mientras el sabio le miraba en silencio. Al cabo del tiempo el potro nació. El hijo del dueño de los caballos se hizo inseparable del potrillo y le gustaba mucho montar en su lomo. Hasta que un día el chico se cayó del caballo y se rompió una pierna. Entonces el dueño de los caballos decidió volver a visitar al ermitaño para contarle de nuevo sus desventuras.
– ¡No sabes qué tragedia ha ocurrido! ¿Te acuerdas de la yegua que se escapó y regresó preñada? Pues a mi hijo le gustaba mucho montar en el potrillo y ahora se ha caído y se ha roto la pierna. Estoy empezando a pensar que tal vez hubiera sido mejor que la yegua no regresara nunca.
El ermitaño le miró sonriendo con un brillo algo burlón en los ojos y volvió a repetir su respuesta:
– ¿Y crees que eso es bueno o malo?
El hombre se fue algo enfadado no sabiendo qué pensar, creía que esa respuesta era absurda y que el ermitaño tal vez fuera un poco tonto, porque era verdad que el que volviera la yegua, que al principio le pareció una buena noticia, había sido la causa de que su hijo se rompiera la pierna, por lo que tal vez no fue tan bueno su regreso, pero; ¡¿qué podía tener de bueno que su hijo se hubiera caído?!
Al poco tiempo se declaró una guerra contra el país vecino y vinieron por todos los pueblos reclutando hombres y chicos. Sin embargo, el hijo del dueño del caballo pudo librarse del reclutamiento y de ir a la guerra gracias a que estaba herido y tenía la pierna rota por lo que no sería de ayuda en el frente de batalla. Cuando se disponía a ir de nuevo a consultar al sabio, se paró a meditar y pudo apreciar qué razón tenía el sabio al preguntar si lo que sucedía era bueno o malo”

Reflexión:
Las cosas que pasan no son ni buenas ni malas. Cuando estamos ante un suceso desafortunado, naturalmente no alcanzamos a ver que lo que hoy es motivo de lamento, mañana puede ser motivo de felicidad y viceversa.
Resulta del todo imprevisible prever las secuencias de acontecimientos que podemos generar con lo que hacemos, y resulta del todo inútil lamentarse por no haber actuado de otra manera en el pasado porque nunca sabremos qué fenómenos hubieran ocurrido y si estos habrían sido “buenos” o malos”. Por otra parte, resulta inútil quejarnos de que hubiera sido mejor que las cosas hubieran ocurrido de otra manera porque nunca lo sabremos.
Recordar esta metáfora nos puede ser muy útil cuando veamos que nos estamos enredando en los “¿Y si...?” Teniendo en cuenta que nunca podremos saber si lo que nos pasa es bueno o malo para el futuro, lo único que cabe es aceptar los acontecimientos como vienen y seguir caminando por la vida. Eso sí, dirigiendo nuestros pasos a donde decidimos hacerlo. No perder el tiempo en lamentos porque, en el caso de estar ante un problema o un suceso penoso, puedo pensar que este suceso puede ser una oportunidad. Y la mejor oportunidad es la de recordarnos que hemos de afianzarnos más en la vida. Esta es la tarea que nos corresponde.
Montse Parejo
Psico-Oncóloga